Dignidad.

Ilustración por: @HRNLZ.ars
Al nacer podemos perdernos en la situación más sorda de la piel, dejando desprender partículas diamantinas que demarcan planos y nos invocan hacia afuera, una extensión perpetua de la parsimonia, ligereza de las telas, hipnosis del tiempo, presencia de lo impalpable.

Tendemos esa tregua al baile del silencio, las palabras de amor que se nos muestran, las caricias que predicen tornasoles e la lluvia.

¿Qué es la partícula? ¿Qué es un átomo? ¿Qué somos, todos los ojos juntos, esperando los pies que dejamos en el suelo?

No somos más que nervios, palpitando con el sabor de la saliva. El cuerpo es frágil, blancura de los árboles, fortaleza del pecho de las aves, temblor de una roca que mira hacia el mediodía, galaxias que no saben si debajo o detrás, pueden encontrar el reflejo de la consecución.

Todo se limpia, ya, del fundamento; cada motivo apreciable evolucionó en una sonrisa efervescente, la ternura del azar, las matemáticas ocultas en el destello de quienes conocen, al fin, un rostro de compasión.

Somos el otro lado, lo inverso, lo interno, desdoblado, expuesto para sí, desmitificado, pureza que supimos encontrar, filosofía básica de los insectos en la noche; iridiscencia viajando en los canales, que llegan donde los ríos quisieran trepidar; información, infinitud.

Despiertan las trompetas primigenias, de una a un millón; los lapsos, parecieran dejarnos adormecidos en una época desconocida (distante). Somos guerra, una tribu de planetas escondidos en las llamas de nuestras propias vidas, cimbrando las armas primeras, primitivos, acertados, al teñirnos ciertas lunas en los músculos, en las glándulas, en las herramientas con que formulamos bálsamos, disoluciones, acertijos al fin recuperados. Cientos de miles de millones de unidades, o no.

¿Cómo logramos el permitir a la existencia ésta entropía magnífica de no saber a dónde vamos, de no querer ver lo que hicimos, de no tener lo que esperamos?

Un breve abrir de nuestros ojos, tímido guiño hacia el descenso. Párvulos suspiros mientras tambores y aleteos dibujan claridades para los ciegos.

Una vez al día, en la mañana, movemos algo más que las figuras: tocamos nuestros corazones, esperanzados, atados al sudor de la desnudez.

Robustos dedos henchidos de admiración. Alguien nos ve, volteando hacia otro lado, algo miramos pero no lo vemos, todos sonriendo al mirar el centro, el núcleo, lo neutral.

Comentarios

Entradas populares