Creear.

Ilustración: HRNLZ.tumblr.com


Esa postura casi atlántica, el antebrazo en la rodilla, no tienes cabello pero sientes el viento ondulando tu rostro, esculpido entre flautas hopi y ocarinas, incienso de copal, el primer rayo del sol entre húmeda frescura de las ramas de los altos coníferos distantes: elevadas familias que fatigan al osado y le entrecierran los ojos una vez allí encuclillado, compartiendo la raíz y debajo la nación, y el destino al frente con un brillo que pareciera ausencia de vida, y arriba el silencioso no saber y saber y presentir todo a la vez.

Sólo es tu azotehuela con olor a heces y orín, ni siquiera es de día y tu montaña son escaleras oxidadas y si miras abajo ves tus propios gargajos, colillas y charcos. El ruido del silencio es similar al cosmos de otra dimensión, cableado, tenebroso e insistente, no hay nada más certero. Nubarrones corpulentos, muy bien alimentados, por eso saliste, no caben los pensamientos que dan vueltas, sólo es una habitación, amas el aire. 

Debiste creer en los símbolos. Tu nave era alargada como un cero, puntiaguda como la obsidiana de los guerreros, reflejaba tu propio destino. Estuviste en la posición del observador o el vigía, quizás presintiendo el peligro, quizás en busca de respuestas o iluminación. Jamás soltaste la lanza.

Objetos metálicos en tu negro panorama, directo hacía la nube monstruosa. Una antena entre los dos, luz roja palpitando. Jamás sueltas la lanza. ¿Crees o creas esa superposición de las probabilidades? 

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