Espacio.

    
Por ahí de los años de Saturno, probablemente cuando mi abuelo supo encontrar la peletería adecuada para demostrar la autosuficiencia de ellos, caímos en cuenta, también los collares, quizá por la mezcla, callamos, y los peces nos dormían el entrever de duermevela casi representativa de aquellos lentos traumatismos que causaba la nostalgia de el, el, el, el, el, el, el, el, ¿Cuántas veces se puede presentir el alba así enojados? Dos sientos, tres no sientos, caídos como la lana recién elastificada por ahí de ocho mil quinientos cascada. Mañana era hora de trabajar, no nos hicimos caso y guardamos un poco de química aún fresca del tarro ¿Quién ser? ¿Quién será? Tepé-era-dera-mí, vamos a decir y ahí es ahí, ¡Ahí es, ahí! ¿Ves? Rascarse la cabeza es olvidar los pies, la piel, lo embutido que te ves cuando creces y crees ser y adormeces el yip-hac-sein cuatro meses y al revés del cálculo que tienen algunos esqueletos altos y francos, dispuestos dos veces a ceder la corona, a lo mejor para que no les pese cuando ésta entre en la otra o para esos casos en que abra una boca en otra más, que así se llama y le falta una palabra para completar el hexágono con que decimos domar el mundo del mar, por siempre testarudos, asesinados como un dibujo en manos de un adulto envejecido dentro del cuerpo innombrable a la media noche, la cosa esa rara, plasta que cae por un tubo cuando tiene oportunidad y no está a merced de derribador de muros alguno. Su signo era incompleto, mitad, mitad baja en conjunción con otra circunferencia, un poco desfasados, pero representando la línea de la sonrisa que debería estar donde le toca, o donde se tocan, también, y nos enseñan de vez en cuando, cuando no se asustan, las partes negras que no son la luna pero si unas, que sueñan con ataques de la urna que todo lo soporta en molestado brillo sin opacidad, excepto las ocasiones de un alto parlante (y no altoparlante) sin cuello ni morada.






Comentarios

Entradas populares