La flama.

Media cabeza redonda. La mitad de un círculo gris que tiene textura porosa comienza una flama, lengua que con sus ramas vuelve hacia el centro impulsada por un blanco vacío que de un momento a otro desaparecerá.

Cada hueco de la planicie se alarga y rompe ósea y dentadamente, erosión u olvido. Los surcos donde un tono y otro dividen las sombras se tornan drásticos. Se va la suavidad de esa esfera, comienza el ruido de millones de avispas a una distancia aproximada de más de 5 kilómetros, ruido de silencio nada más, la oquedad infiltrándose.

 Dermis ceniza, algo robó los años maravillosos al hemisferio derecho. Se reparten las fracciones restantes con una perfección absoluta. La negrura alegre traza las líneas, sube, baja, va a otro lado y jamás deja sus lentes oscuros, no, esa labor le rapta. Era una anciana la que pensaba dentro de ese limbo, congelada en un viento ahogado por la presión de 8 planetas de tamaño estándar.

El viento no volaba, curiosamente se arrastraba transparente en esa blancura como serpiente sintiendo el suelo. Circuitos, mensaje codificado, construcción en una ruina. La flama era hoja joven, fuerte.

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